lunes, 21 de enero de 2013

Tláloc y su aspecto filosófico




“No necesariamente lo antiguo es primitivo”

Tláloc no puede ser “el dios del agua” para la elevada y milenaria civilización del Anáhuac.

Casi las mismas ideas y descripciones que hicieron de la civilización del Anáhuac a principios del Siglo XVI los conquistadores españoles, sigue prevaleciendo en pleno Siglo XXI. Los textos escritos por Hernán Cortés o Bernal Díaz del Castillo, que no fueron historiadores o investigadores y que fueron escritos desde una perspectiva muy limitada y prejuiciada se mantienen inexplicablemente como “fuentes históricas” fidedignas.

Tanto los escritos de gente ignorante como los conquistadores, así como gente fanática como los misioneros hasta la fecha son testimonios “irrefutables” de cómo era la civilización invadida y de cómo se realizó la conquista.

Para analizar el grado de desarrollo de las dos civilizaciones y poder comparar sus niveles y alcances, partamos de la base de la noción de “tiempo y espacio”.  Para los europeos de 1492 era que la Tierra era plana y que el tiempo en que la Tierra gira en torno al Sol era de 365 días cerrados (Calendario Juliano).

A diferencia de la percepción anahuaca de que la Tierra era redonda, que estaba integrada en un sistema solar y que la Tierra giraba en torno al centro de la galaxia en 25625 años y que el tiempo en que la Tierra gira en torno al Sol era de 365.2520 días.

Estos datos demuestran claramente el nivel de desarrollo, consciencia y percepción del mundo y la vida de las dos culturas. El ser y el estar, el aquí y el ahora. La descolonización de la historia es más que necesaria para poder reconocernos a nosotros mismos en toda nuestra cabal dimensión y recuperar “nuestro rostro propio y nuestro corazón verdadero”, dejando atrás “lo que escribieron” los invasores y lo que “siguen escribiendo” los neocolonizadores.

Cada una de las seis civilizaciones Madre, es decir, las más antiguas con origen autónomo contaron con una “pirámide de conocimiento” que explicaba el mundo y la vida, definiendo sus más elevados propósitos, conocimientos que fueron elaborados a lo largo del tiempo y a través de experiencias sistematizadas. En el vértice superior de todas ellas encontramos lo que en Occidente llaman “filosofía”. Un conjunto de ideas muy elevadas, con contenidos abstractos y complejos que pretenden explicar el mundo y la vida, proponiendo un fin o propósito  social supremo como civilización.

En un segundo nivel inferior se encuentra la visión religiosa de esta primera concepción abstracta. Una serie de historias y dogmas que explican de manera sencilla a un mayor número de personas, las “verdades abstractas del pensamiento filosófico” y que ayudan a dirigir al pueblo en la misma dirección del propósito social ancestral compartido.

En un tercer nivel se encuentra la visión del mundo y la vida que tenían en general la base de la pirámide social. Para nuestra civilización los “masehuales” o merecidos del sacrificio de las divinidades creadoras. Esta visión es dirigida por el pensamiento filosófico, pero explicado a través de la religión por medio de mitos, símbolos, rituales, tradiciones, fiestas, usos y costumbres.

Otro elemento que se debe tomar en cuenta para “decodificar” la información que hoy se tiene de la sabiduría ancestral del Anáhuac, es que a lo largo de más de tres mil años, los tres niveles de conocimiento sufrieron sensibles cambios y modificaciones en el tiempo y en el espacio. Especialmente los últimos 81 años de relativo poder que tuvo el imperio mexica en el Altiplano Central y parte de la costa del Golfo de México.

En efecto, no era la misma percepción de Tláloc en el Altiplano Central en el periodo Clásico del esplendor por los toltecas, que en el periodo Postclásico decadente por los mexicas. Lo mismo se puede aplicar a la religión Católica. No es la misma percepción del Espíritu Santo en el Siglo XVI, que la que actualmente se tiene.

Una de las distorsiones creadas, impulsadas y mantenidas por la colonización cultural, consiste en hacer pensar que los mexicas son el sumun o pináculo de la civilización del Anáhuac y que además, que fueron vencidos por un puñado de “valerosos españoles” gracias a la superioridad de su cultura, religión y armamento. Totalmente falso y doloso. 
      
Mucho tenemos que re-descubrir, re-interpretar y re-pensar los anahuacas del Siglo XXI sobre nuestra Cultura Madre, para poner punto final a la colonización mental y cultural en que hemos sido sometidos estos casi cinco siglos y que nos han condenado a la más aberrante ignorancia, la de ser “un extranjero ignorante en su propia tierra”.

Tláloc no puede ser “el dios del agua” para la elevada y milenaria civilización del Anáhuac. Comenzando debemos de pensar que un civilización que había “inventado el maíz”, el uso del cero matemático y que conocía perfectamente la mecánica celeste, para lo que necesitó de un sofisticado sistema de observación y sistematización del conocimiento en el que están implicadas las cientos de pirámides construidas a lo largo de miles de años, no podía ser “adoradora del agua”.

Una civilización que percibía el mundo y la vida a través de cargas de energía, que descubrió que el ser humano, no solo estaba constituido de energía, sino que era el productor de una energía muy sofisticada a través de su consciencia de ser, no podía -en esencia-, ser “adoradores del agua”. Aunque el agua es vital, no solo para la vida humana, sino para la vida en todo el planeta. El agua es solo un símbolo, así como “la paloma” es solo un símbolo para la religión católica.

Nuestra civilización Madre manejó la percepción del mundo y la vida en general, a partir de que la unidad se componía a través del equilibrio de los opuestos complementarios, es decir, la “dualidad divina”, Ometeótl. De esta dualidad divina se desprenden un par de opuestos complementarios (o hijos). Tezcatlipoca rojo (Xipe-Totec), Tezcatlipoca blanco (Quetzalcóatl), Tezcatlipoca azul (Tláloc), y Tezcatlipoca negro. Que representan además los cuatro rumbos de la existencia en el Tlatipac o superficie terrestre.

A su vez, en el plano de la existencia humana están simbólicamente el Quetzal (espíritu-arriba) y Cóatl (materia-abajo); y el tonal (la razón-lado derecho) y el nahual (la intuición-lado izquierdo),  par de opuestos comentarios con los que construye el mundo que percibimos en sus cuatro direcciones y el centro u ombligo representando el equilibrio.

Pero existe otra dualidad divina, Tláloc y Quetzalcóatl en el plano religioso, en dónde el primero representa la energía luminosa, como ya hemos dicho, es decir, el mundo constituido por cargas energéticas o mundo atómico y el segundo constituido por la energía espiritual, la energía más “pura” en el universo la cual es producida por el desarrollo de la consciencia de los seres vivos, pero en especial del ser humano.

Tláloc de esta manera, -representado con el agua-, es un símbolo del mundo “material”. En efecto, la “materia” está constituida por moléculas, átomos, neutrones, protones, etc., es decir de ENERGÍA. Y dónde hay agua, la energía luminosa se convierte en energía vegetal a través de la fotosíntesis y surge la VIDA. De esta manera cuando los Viejos Abuelos toltecas se refieren a Tláloc, en un nivel filosófico se representa la energía con que está compuesta “la materia”.

En un sentido religioso, es uno de los opuestos complementarios con los que se constituye el mundo, como el Tezcatlipoca azul, hijo de la Dualidad Divina. De esta manera, el ser humano está constituido de materia (Tláloc-Tezcatlipoca azul) y de espíritu (Quetzalcóatl-Tezcatlipoca blanco), en este caso como Ehécatl Quetzalcóatl, que es simbólicamente “el soplo divino que le da conciencia a la materia”. Ehécatl Quetzalcóatl por consiguiente tampoco es el “dios del viento”.

Los fanáticos y prejuiciosos misioneros, nunca quisieron entender que los anahuacas no tenían dioses y mucho menos eran politeístas. Su religión era mucho más antigua que la que traían los españoles. Además era de origen autónomo y generada por su propia cultura, a diferencia de la católica que había sido impuesta en la península ibérica por los romanos al final de su imperio y que a lo largo de la Edad Media sufrió muchas deformaciones y tergiversaciones.

Los perniciosos y maliciosos escritos de los misioneros, en primer lugar, tenían como objetivo conocer (desde su cerrada perspectiva medioeval) la religión de los invadidos para difundirla entre los misioneros para poderla destruirla eficientemente, el mismo Sahagún lo afirma en el prólogo de su famosa obra, Historia General de las cosas de la Nueva España. Y en segundo lugar estos textos no fueron inspiradas en el respeto y reconocimiento del invadido-vencido. Por el contrario, condenaron a priori cualquier valor de la civilización de los pueblos del Anáhuac saturándola de adjetivos negativos. 

Los Viejos Abuelos anahuacas tenían una sola matriz filosófica religiosa común a todas las culturas del Cem Anáhuac, desde la actual Nicaragua hasta el Norte de los Estados Unidos. Es decir, eran los mismos preceptos fundamentales, pero iban cambiando de forma, más no de fondo, según la cultura que los desarrollaba. El fondo está sustentado en La Toltecáyotl.

Para el caso de Tláloc en la civilización del Anáhuac, todas las manifestaciones filosóficas-religiosas partían de la misma matriz, pero cambiaba su nombre por la lengua de cada cultura y su iconografía, pero mantenían elementos comunes a todas. Para el caso de Tláloc, todas las representaciones, independientemente de la cultura, todas tenían una anteojera y una lengua de serpiente.

Para la cultura nahua era Tláloc, para la cultura maya era Chac, para la cultura zapoteca era Cosijo y para la cultura totonaca era Tajín. Todas las manifestaciones diferentes en iconografía y lengua, pero todos significaban filosófica y religiosamente lo mismo, además de tener en común la anteojera y la lengua de serpiente. Unidad en la diversidad, pluralidad cultural de carne y hueso.

De esta manera debemos concluir que la figura simbólica de Tláloc, tiene una génesis filosófica y varias manifestaciones religiosas. Cada cultura, desde los olmecas en el Periodo Preclásico (1500 a.C.), pasando por los toltecas del Periodo Clásico (200 d.C.), hasta los mismos mexicas decadentes del Periodo Postclásico (1519), mantenían la misma matriz filosófico-religiosa, pero con variantes que les daba las diferentes lenguas, iconografías, mitos, ritos, de cada cultura en tiempo y espacio diferentes.

Entender al ser humano anahuaca inmerso en una lucha interior, en una “Batalla Florida”. Percibido como una dualidad en busca de un equilibrio entre la energía luminosa y la energía espiritual, entre el Universo y la Tierra, entre el mundo concreto sustentado en la razón y el mundo abstracto sustentado en la intuición, nos dan otra perspectiva y otra dimensión totalmente a las descritas en “las fuentes históricas” y en la multimedia global de Mel Gipson y su bodrio de Apocalypto en nuestros días.

Nos devuelve el orgullo legítimo de ser hijos de los hijos de una de las seis civilizaciones más antiguas y la que logró el mayor grado de desarrollo para todo su pueblo. Nos obliga a soñar, imaginar, diseñar y construir un mundo con los principios y valores que guiaron el Periodo de Esplendor que duró más de mil años (200 a.C. a 850 d.C.). Nos invita a investigar cuál fue el más elevado y milenario propósito social de nuestros nobles y sabios antepasados, para actualizarlo e implementando en el mundo en el que hoy estamos viviendo.

Es evidente para toda persona consciente que es necesario replantear el camino que hemos seguido estos cinco siglos. El fracaso de la sociedad colonial y neocolonial es más que evidente. El futuro está en el conocimiento y revaloración plena de nuestro pasado.



    

viernes, 4 de enero de 2013

EL REGRESO DEL QUETZALCÓATL AL ANÁHUAC




Cada pueblo milenario tiene sus mitos y sus profecías. Para el Cem Anáhuac podrían ser las más importantes: La creación y destrucción de los cinco Soles. El principio del par de opuestos comentarios y su inmutable equilibrio. El espíritu del “Quetzal-cóatl” entendido como el desafío equilibrador del Espíritu (Quetzal) y su contraparte la materia (cóatl), y su profetizado regreso al Anáhuac.
 
Los anahuacas, mal llamados “mexicanos”, somos los hijos de una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo del mundo y la que logró el más alto grado de desarrollo humano para todo su pueblo en la historia de la humanidad.

En un universo totalmente integrado, como civilización hemos vivido una oscura noche de cinco siglos en la que “los Señores del Dinero”, los mercaderes, no solo se apoderaron del Cem Anáhuac, sino casi de todo el mundo. Para el caso de nuestra civilización no solo nos vinieron a invadir, robar, asesinar, sino lo más grave, nos han tratado de desaparecer como civilización y como seres humanos.

Nos destruyeron nuestras instituciones, nuestras leyes y nuestras autoridades. Nos han tratado de quitar la condición de seres humanos y han querido borrar los impresionantes logros civilizatorios, especialmente en el terreno espiritual y de calidad de vida, únicos en la historia de la humanidad.

Lo han tratado de hacer al tergiversar la historia y al intentar quitarnos nuestras lenguas para dejarnos mudos y silentes. Nuestra memoria histórica, nuestros recuerdos, para dejarnos amnésicos, como “extranjeros incultos en nuestra propia tierra”, sumidos en la peor ignorancia, la de sí mismos, pensando que nuestra presente y nuestra realidad nada tienen que ver con nuestro milenario pasado, y menos con nuestro futuro.

Nos han tratado de quitar también nuestros milenarios conocimientos, para dejarnos ignorantes y estúpidos, incapaces de crear y recrear el mundo en el que vivimos, esperando siempre que el extranjero colonizador resuelva nuestros problemas.

Han tratado de apropiarse de nuestros espacios, no solo los físicos, sino los sociales, simbólicos, comunitarios, sagrados. Para dejarnos sin pertenencia, sin arraigo ni sustento, flotando en la nada, ajenos a nuestra propia tierra e inmediata realidad.

Y finalmente nos han tratado de quitar nuestra espiritualidad, que representa el mayor legado y tesoro de nuestra milenaria civilización. Nos han impuesto, -a sangre y fuego-, una religión ajena al propio invasor-colonizador para tratar de volveremos idólatras y fanáticos, insensibles e inconscientes. Fácilmente manipulables y mansamente sometidos.

Y en los últimos doscientos años, producto de la neocolonización, los criollos nos han excluido en la construcción y diseño de “su país”, en el que nuestro fenotipo, nuestras culturas, nuestras aspiraciones son excluidas radicalmente e impuestas violentamente las de Europa y Estados Unidos, como una copia tardía, mal hecha y desubicada de la realidad de la mayoría del pueblo.

Los descendientes  invadidos-vencidos solo nos han usado como soldados de leva para sus permanentes guerras y confrontaciones fratricidas, como mano de obra esclava, como enajenados consumidores y como votantes que legalizan sus permanentes farsas electorales de su democracia de opereta  bananera.

En efecto, en estos últimos cinco siglos de invasión-ocupación los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, los descendientes de los habitantes originarios de estas milenarias tierras hemos sido condenados a la pobreza material y a la miseria espiritual, seamos anahuacas o mestizos, rurales o urbanos.

Durante los primeros tres siglos (1521-1821) inconmensurable cantidad de riqueza salió de las entrañas sangrantes de nuestra Madre Querida a través del trabajo esclavo. Cientos de miles de toneladas de oro, plata y grana cochinilla impulsaron el inicio del capitalismo europeo. El “México de los criollos” en estos 192 años nos ha usado pero no nos ha permitido tomar decisiones en el diseño de “su país”.

En los dos últimos siglos (1821-2013), cantidades inimaginables de recursos naturales y materias primas han ido a parar a las fábricas de los países europeos y Estados Unidos, y por la misma vía nos han llegado millones de toneladas de productos cahtarra. En estos dos siglos mortalmente se ha depredado y contaminado materialmente nuestra amada Tierra y espiritualmente nuestra gente.

Para inicios del Siglo XXI, según la CEPAL, por cada diez millones de “mexicanos” existe un supermillonario que, por supuesto es un extranjero avecindado recientemente en el Anáhuac. Es decir, en el neocolonialismo existen 11 “encomenderos”, cada uno con diez millones de “naturales esclavos de su ignorancia” y otros diez millones “expulsados” en Estados Unidos.

Sin embargo, los principios y valores fundamentales de la civilización del Anáhuac, conocidos como Toltecáyotl siguen vivos y vigentes solo que en el inconsciente de los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos toltecas. En efecto, la sabiduría ancestral sigue viva, el problema es que está en el subconsciente y solo en situaciones extremas aflora al consciente como en los terremotos de la Ciudad de México en 1985, donde la solidaridad, organización y hermandad pudieron hacer el milagro de rescatar a las víctimas.

El neocolonialismo criollo y la globalización económica nos obligan violenta o subliminalmente a dejar “lo propio” para asumir “lo ajeno” como una forma de vida. Dejar de ser quienes hemos orgullosamente sido durante miles de años y pasar a ser ciudadanos marginados, subempleados, sumisos consumidores y votantes inconscientes, para construir dependencia y destruir resistencia.

Pero la realidad nos dice que el mundo de los abusivos colonizadores se está desmoronado, se cae a pedazos. El Estado moderno se derrumba por sus propios excesos. El capitalismo financiero es la serpiente que se está devorando así misma. El modelo económico mundial es un rotundo fracaso material y espiritualmente. Ya no existe futuro por ese camino que termina en un precipicio.

Sin embargo, lo único que todavía sigue en pie, firme como el tronco de un árbol y sólido como la piedra es la milenaria sabiduría humana, para el Anáhuac la Toltecáyotl. Los valores, principios y saberes, experiencia humana de vida de más de ocho mil años está latente en el corazón del mestizo y sigue viva en el anahuaca.

No podemos seguir inconscientes otros quinientos años, de rodillas y dándole la espalda a nuestra mayor herencia cultural. El legado de los Viejos Abuelos toltecas que le dieron a la humanidad más de mil años del más elevado desarrollo humano del planeta. Ninguna civilización le dio a todo su pueblo la calidad alimenticia, niveles de salud, educación obligatoria y logró la capacidad de organización como los pueblos y culturas del Cem Anáhuac de 200 a.C. al 850 d.C.

Requerimos urgentemente despertar y activar el Banco Genético de Información Cultural que está depositado en cada uno de los ahora mal llamados “mexicanos”. Se requiere desarrollar una actitud crítica y analítica para investigar, re-conocer, re-novar, re-valorar nuestra milenaria cultura Madre, para renacer de nuestras más profundas entrañas culturales.

Para refundar una nueva patria con la raíz ancestral de la MATRIA. Debe resurgir el Anáhuac en donde se acabe la colonización, los "vencedores y los vencidos", donde no se excluya lo mejor de nosotros mismos y de las apropiaciones culturales que hemos hecho de todo el mundo. Una patria sin abusos y abusadores, sustentada en la justicia.

Asumiéndonos con una cultura mestiza, -como todas las del mundo-, pero teniendo muy clara nuestra matriz-filosófica-cultural que es la Toltecáyotl a partir de despertar nuestra memoria histórica y activar nuestro Banco Genético de Información Cultural.

El desafío en principio es individual y despertada la consciencia, el trabajo comunitario corre su propio cause. Requerimos “despertar para soñar” y luego imaginar el mundo que necesitamos re-construir. Un mundo que en sus bases se asienten los milenarios valores y principios del La Toltecáyotl. Lo difícil no es hacerlo, sino imaginarlo.

El camino es de adentro hacia afuera y de abajo hacia arriba. El camino está en lo profundo de nuestro corazón florecido. Se despierta en un instante y se sueña una eternidad. Se requiere hacer urgentemente “arqueología del espíritu” en el fondo de nuestro corazón.

El profetizado “Regreso de Quetzalcóatl” no es más que eso. El equilibrio del “quetzal con el cóatl”, del espíritu con la materia. El Quetzalcóatl no bien de afuera, llega desde lo más profundo y verdadero de nosotros mismos. El Quetzalcóatl es encarnar en nuestra vida cotidiana los más antiguos y valiosos conocimientos de la trascendencia de la existencia. Implica el desarrollo de nuestro potencial espiritual como personas, familia y pueblo.

El Quetzalcóatl cobra un sentido doble. Es “emergente”, porque sale de lo más profundo y valioso de nosotros mismos, y su “emergencia” deviene de que no tenemos más tiempo para seguir siendo esclavos de nuestra propia ignorancia. El futuro de nuestra Matria es su milenario pasado.