Desde 1492 los europeos han excluido total y sistemáticamente “en su nuevo mundo”, a las civilizaciones que invadieron, en el Norte a la del Anáhuac, y en el Sur a la del Tawantinsuyu. No solamente fue el robo, destrucción y asesinato, sino a lo largo de estos cinco siglos ha sido la negación primero como seres humanos y hasta nuestros días, de sus derechos como pueblos y culturas originarias.
En el periodo colonial fueron tratados como esclavos y vencidos de guerra, como lo señaló en su día Gines de Sepúlveda. En los doscientos años de “vida independiente”, los criollos han excluido a los pueblos y culturas originarias en la construcción del proyecto de las nuevas naciones que crearon por todo el continente.
Los criollos se han caracterizado por ser acomplejados, incompetentes y con una baja auto estima, pues jamás se asimilaron concientemente a la civilización Madre y nunca han sido aceptados por su “Madre patria”. Desprecian permanentemente a los pueblos y culturas originarias, y al mismo tiempo tratan de ser recalcitrantemente más españoles que los españoles de España, que por supuesto, nunca los han aceptado como iguales. Ni de aquí ni da allá. Es curioso, pero hasta la fecha, se sienten “españoles” en México y en España mexicanos que cantan nostálgicos “el cielito lindo” con un enorme sobrero para turistas.
Desde principios del siglo XIX, los criollos han despreciado a los habitantes indígenas y mestizos, aunque siempre han sido la mayoría de habitantes “en sus nuevos países”. Siempre han tenido los ojos y el corazón puestos afuera, y permanentemente han despreciado lo autóctono. Primero Francia y ahora Estados Unidos. Los criollos son extranjeros incultos en su propia tierra, siempre exaltando lo ajeno y despreciando lo propio. La cultura dominante y su ideología criolla es la que carece de identidad, por esta razón nunca le dieron importancia a las civilizaciones que destruyeron. Jamás, en estos cinco siglos se interesaron seria y profundamente por conocer y dimensionar la grandeza cultural y humana de los pueblos sometidos. Su interés solo fue destruirlos, someterlos y explotarlos.
Esta actitud explica, el por qué, los “descubridores” de las más famosas zonas arqueológicas del continente fueran extranjeros y no criollos. En principio debemos de señalar que existe un sentido colonizador al hablar de “descubrimientos”. Al igual que el continente, nunca fue “descubierto”, porque mucho antes de que los europeos se “medio civilizaran”, los Viejos Abuelos en el continente ya conocían perfectamente la cuenta del tiempo. Culturalmente es más antiguo el Cem Anáhuac y el Tawantinsuyu que la península europea, que por cierto no tiene culturalmente un origen autónomo. De modo que el venir a robar y destruir, no implica el “descubrir”.
Así que por ejemplo Machu Pichu y Chichen Itza, por citar solo dos zonas arqueológicas que siempre fueron conocida su existencia y ubicación por los pueblos originarios (sus herederos), pero como ellos nunca han sido tomados en cuenta por los criollos…no valen, no tienen voz, no existen, en los nuevos países que se fundaron a principios del silgo XIX. En aquellos tiempos los criollos tenían sus ojos puestos en Francia y por supuesto, “las antigüedades y las ruinas” de los pueblos invadidos, vencidos y esclavizados, no tenían ningún valor para ellos. Tuvieron que venir extranjeros a “descubrir” lo que para ellos no existía, pero estaba en “sus narices”.
Para el caso de Machu Pichu se supone que un agricultor criollo Agustín Lizárraga, buscando nuevas tierras de cultivo “descubrió” Machu Pichu nueve años antes de que el estadounidense Hiram Bingham lo hiciera el 24 de julio de 1911, financiado por un rico joyero, la Universidad Yale y con la recomendación del Presidente Tiffany de E.U. Por cierto, Bingham fue el primer saqueador de Machu Pichu del que sustrajo 40 mil piezas arqueológicas y las llevó a E.U.
Pero lo mismo le sucedió a Chichen Itza, que en 1840 John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood visitaron la zona arqueológica de Chichén Itzá que pertenecía a un criollo llamado Juan Sosa y en 1894, Edward Herbert Thompson adquirió la Hacienda de Chichén-Itzá, realizó estudios, exploraciones y saqueo en la zona, en especial dentro del cenote sagrado. Hasta hace muy poco, la zona arqueológica era propiedad privada de una rancia familia yucateca.
En estos dos siglos de la creación de México, el país de los criollos y para los criollos, jamás éstos han valorado y buscado inspiración en el portentoso legado cultural y filosófico de la Toltecáyotl. Dos presidentes tomaron en cuenta, de manera relativa y circunstancial, la riqueza arqueológica de México. Porfirio Díaz ordenó para las fiestas del Centenario “limpiar” la pirámide del Sol en Teotihuacan, destrucción que estuvo a cargo del arqueólogo Leopoldo Batres y Carlos Salinas, que convirtió al INAH en una institución “creadora de Disenylandias Prehispánicas”, para atraer turistas a México.
Pero en estos dos siglos de la “República Criolla”, jamás el pasado milenario del Anáhuac (que es una de las seis civilizaciones más antiguas del mundo), que oficialmente es llamado “Prehispánico” (es decir, antes de los españoles), ha sido tomado en cuenta para la formación de valores, ideales y actitudes. La experiencia de siete milenios y medio en la creación del conocimiento, la alimentación, la salud, la educación y la organización social anahuaca, ha sido excluida total y absolutamente. Para la ideología criolla el “indio bueno” fue el que hizo pirámides y cacharros para los turistas. Los pueblos originarios sobrevivientes al holocausto colonizador son un problema, son “los indios malos”, pues ahora sus tierras y recursos naturales son codiciados por las empresas trasnacionales y los capitales criollos y ellos “se oponen al desarrollo neoliberal globalizado”.
El problema para los criollos es que su país, tiene los días contados. Tanta incompetencia, cinismo y corrupción, esta haciendo que su “país” se les deshaga en las manos (corruptas). Sus leyes, autoridades e instituciones se desmoronan por sus propios errores, incapacidades y corruptelas. Ya ni ellos creen en su propio país. Sin embargo, el Anáhuac espera pacientemente el momento de su luminoso despertar. Como lo está haciendo China o India, tan antiguos como el Anáhuac. No es un discurso mesiánico, es en cambio, una realidad histórica. El Anáhuac tiene ocho milenios de existencia, México apenas doscientos años. Uno es “propio-nuestro”, el otro es ajeno.
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